unpacking the crisis: un(der)employment, entrepreneurship, participation and resistance

Las voces desde el sur de España

ENGLISH Tradicionalmente, se ha culpado a los científicos sociales de vivir en el mundo de las ideas, mientras que los hacedores de la política pública trataban de temas que afectan a la vida real. Sin embargo, las reclamaciones contemporáneas están cambiando poco a poco la situación. Desde la investigación estamos tratando todavía de traer las preocupaciones de la calle a las revistas académicas, un reto difícil debido a los tiempos y requisitos en la carrera académica. Sin embargo, desde el campo de las políticas públicas, los retos son mayores. Los responsables políticos y sus instituciones se encuentran con la necesidad desesperada de articular mecanismos que sean lo suficientemente ágiles para hacer frente a situaciones muy graves y urgentes que están pasando en nuestras sociedades. Puede ser debido a la lentitud del ciclo de las políticas públicas, que no logra adaptarse a una realidad social muy volátil. Pero esta lentitud ha sido creada paso a paso por unos principios rígidos que se han tomado como válidos pero están desvirtuados. La gestión de lo público se entiende como la distribución de lo común y esa parsimonia escudada en papeles y sellos no puede justificarse como legítima si no es capaz de adaptarse a las necesidades reales de sus usuarios: los ciudadanos.


En España, en general, y en el sur en particular, hay una clara percepción de que el sistema existente está generando políticas o leyes que no son eficaces para hacer frente a las necesidades básicas de su pueblo y, por tanto, las personas no están siendo tratadas de manera justa. A esta situación se le suma el desencanto generalizado de los ciudadanos con las consecuencias de una democracia bipartidista, que también afecta a sus representantes políticos, embarrados en escándalos de corrupción. En este contexto, las instituciones se perciben ajenas, desfasadas y posicionadas en contra del ciudadano.
Esto se puede ver en Andalucía, una región situada al sur del sur de Europa donde se registran los índices más altos de desempleo. Los datos más recientes muestran que 36.3% de los andaluces están en paro, con un 48.1% siendo parados de larga duración y un índice de desempleo juvenil de 66.1%.

Desde el extranjero la gente se cuestiona la capacidad del español de mantener una estabilidad como país teniendo estas tasas tan altas de desempleo. Algunas respuestas rápidas vienen, por lo general, de los estereotipos nacionales que perpetúan prejuicios baratos referentes a la inclinación a vivir al día en lugar de preocuparnos por el futuro, la tendencia a trabajar en el mercado negro y nuestra capacidad de ir de fiesta. Estos argumentos vienen a indicar que, francamente, los españoles tienen lo que se merecen. La construcción de la cigarra española sólo puede entenderse en referencia a su opuesto, la hormiga del norte de Europa - a la que la cigarra toca en la puerta para pedirle un rescate cuando llega el invierno.

Nada más lejos de la verdad.

La realidad es que el parado español, el del sur de Europa, se ha visto forzado a cambiar profundamente su forma de pensar. Algunos, como indica el incremento en los suicidios[1], no consiguieron hacer frente a estos repentinos cambios, pasando de tener un salario/vida normal a tener que enfrentarse a un desahucio y a la estigmatización social del fracaso. Muchos otros están batallando con depresiones y sufren regularmente ataques de ansiedad[2]. Los más fuertes están demasiado ocupados tratando de encontrar formas alternativas de sobrevivir – ya sea ocupando literalmente el tiempo haciendo deporte para poder superar el vacío de la falta de estructura en su día a día; o buscando formas de trabajar en su comunidad inmediata (barrio, pueblo) mientras consiguen un poquito de dinero para poder llegar a fin de mes haciendo chapuzas o trabajos temporales.

Cuando nos imaginemos a la típica persona parada en el Sur, podemos hablar de perfiles distintos pero ninguno se acerca a la idea del parasito oportunista que chupa los recursos del estado. Puede que sea alguien como Raúl, que trabaja en un garaje con un contrato de 6 horas semanales, pero le echa muchas más horas que su jefe le paga en negro porque no quiere declararlas. Puede ser también Julián, un joven arquitecto que se ha ido a un pueblo en la sierra para poder por fin permitirse comprar una casa. La mayoría de sus trabajos son un cambio de ventanas o una extensión del salón, nada relacionado con ese flamante título que consiguió después de invertir 5 años de su vida. O puede que sea alguien como Pili, que ha intentado mil y una iniciativas para ganar algo de dinero: una tienda vintage, alquiler de ropa para bodas y eventos desde el ático de su casa, asesora de imagen, y hasta una cocina común en un centro comunitario. Todos ellos tienen en común un empuje extraordinario para sobrevivir que pasa, efectivamente, por vivir al día como recurso indispensable para no caer en la desesperación y la locura. No piensan en el futuro, es cierto, pero no es por reticencia a prevenir, sino por salud mental. Porque el terror paraliza y pensar en esos hijos a los que no podrás asegurarle el futuro duele.

Este país no permite proyectarse en la estabilidad, pensar en el progreso personal o imaginarse que será de uno cuando llegue a viejo después de tantos años viviendo en los márgenes, en los espacios que ha dejado el sistema para aquellos que no caben en un ningún lado. Y somos muchos. Demasiados.

[1] http://www.euro.who.int/__data/assets/pdf_file/0008/134999/e94837.pdf?ua=1
[2] http://www.defensordelpuebloandaluz.es/sites/default/files/INFORME_SALUD_MENTAL_DPA.pdf